sábado, 7 de septiembre de 2013


¿Qué pagarías por ser el mejor?

Tiger Woods practicaba horas todos los días para llegar a ser el mejor golfeador de todo el mundo. Incluso tuvo que rehacer dos veces su técnica, porque algo le estaba fallando.

Warren Buffett, uno de los más ricos del mundo, tuvo que meter muchas horas constantemente en su trabajo para llegar a ser de los inversionistas mejores del mundo.

Lo que es común a ellos es una voluntad para alcanzar la meta y una determinación incansable de superar los retos. Bobby Fischer, un jugador de ajedrez llegó a ser gran maestro a los 16 años, pero después de 9 años de estudio intenso.

Todo reto, toda meta, que vale la pena, requiere sacrificio y trabajo.

Hoy en el Evangelio, Cristo nos invita a pagar un precio grande para ser su discípulo. Parece que Cristo quería estar solo o era un maestro de la psicología inversa, pues pedía cosas que parecen imposibles. Vemos en este Evangelio como Él encontraba sus seguidores. Pedía mucho. Pedía con insistencia. No bajaba la petición.

Cristo pedía con insistencia. Cristo formó alrededor de sí un grupo de apóstoles. Ellos pudieron ver todo lo que hacía todos los días. Le conocían en momentos de descanso y en momentos de trabajo. Él se dio totalmente a los apóstoles, porque sabía que era el modo de formarles en el espíritu que Él les quería dar. No se protegía del trabajo. No despreciaba estar entre la gente y compartir con ellos su experiencia. En el siglo pasado, hubo una familia en Polonia que tenía una amistad con un joven sacerdote. La mujer era muy piadosa y le encantaba invitar a este sacerdote a cena, para que pudiera platicar con su esposo, ateo y profesor de filología. Al sacerdote, le entretenía las conversaciones largas sobre la vida, el sentido de la existencia humana y la existencia de Dios. No tenía miedo de perder su fe, ni su tiempo. Es interesante que prefería discutir con el profesor al simple hablar de cosas piadosas con la señora. Al final, ganó el sacerdote. El profesor se convirtió. El sacerdote se llamaba Karol Wojtyla. Hacía falta insistencia para ganar a esta alma.

Cristo no rebajaba la petición. Primero pide que lo prefieran a toda la familia. Luego, pide que cargue todos los días con la propia cruz. Hay que pensar que significaría para ellos. Con el tiempo, hemos romantizado a la cruz, viéndola como algo hermosa porque Cristo murió en ella. Pero la cruz, es sacrificio, ignominia, vergüenza. Los hombres que escucharon el mensaje de Cristo se habrán espantado delante de su petición a cargar con la cruz. Pero Cristo no les dice, “bueno, estaba bromeando”. Les pide dar todo y no rebaja la petición.

Entonces, para responder a la pregunta del inicio, el precio de ser el mejor es todo. Hay que dar todo. Tenemos que aprender a dar lo mejor de nosotros mismos, para ser cristianos de verdad. Cada día debemos de cargar con nuestra cruz y preferir a Cristo sobre todas las cosas.